martes, 25 de julio de 2023

La leyenda de Dani y Andrés.

 Recopilación por: Alejandro Glade R.

Lugar Valdivia

En la desembocadura del río Queule, o sea en la barra, había en la ribera sur un pequeño cerro, cuyo propietario era un hombre viudo. Vivía en una casa de campo preciosa, en compañía solamente de su hija única, que era muy linda. Dani era su nombre; tenía unos cabellos negros y largos que peinaba graciosamente, sus ojos eran dos almendras coronadas por arcos de azabache, que embrujaban y oscurecían sus parpados, pero que aclaraban su lindo rostro color mate.

Entre ella y un pescador del lugar, muchacho alegre y simpático, existía un gran amor. Dani esperaba todas las tardes que volviesen los botes del mar, contemplando hacia el horizonte, donde parece juntarse este y el cielo, alargándosele más aún sus bellos ojos, impacientes y decidores, que escudriñaban la silueta lejana de su amor.

Cuando Andrés, que así se llamaba el pescador, salía al mar, pasaba frente al cerrito, donde en lo alto, emergía entre los arboles la casita blanca de su amada; esta, detrás de una ventana, se despedía de él, moviendo sus manos y dirigiéndole muchos besos.

Un día, el joven no entró al mar. Fue entonces cuando en el poblado de Queule había una fiesta y mucha gente de campo y pescadores vestidos con camisa blanca y corbata. ¡Era un matrimonio! Andrés contraía matrimonio.

La desilusión de Dani fue tan inmensa, que su pobre padre, al verla llorar día y noche, fue consumiéndose hasta morir. Dani sobrevivió algunas semanas más, pero el dolor y su pena fueron apoderándose tanto de ella, que una tarde en que miraba como siempre igual hacia el mar, donde se junta con el cielo, ¡cayó al suelo para siempre! Había muerto. Tenía entre sus manos un pañuelo azul que le había regalado Andrés. La casa está desde entonces sola. Sus muros de color verde pasto se mimetizan con los viejos arboles abandonados. Las flores tan lindas que adornaban el jardín están ya secas, murieron junto con su reina, a las cuales ella les hablaba de Andrés. Eran las ilusiones, suspiros, pensamientos y nomeolvides.

Desde entonces, ya Andrés no pudo entrar al mar. ¡Muchas veces se dirigió a este, paro al llegar frente al cerrito, se levantaba un temporal tan grande que le impedía pasar la barra del río con el mar! ¡Esto lo intentó muchas veces, pero no pudo, jamás, volver al mar.

 

Por: A. G. R.

Guanilén

Lugar: Chiloé.

Recopilación de: Alejandro Glade R.

Guanilén, la hija de las estrellas, era una joven que por milagro de la naturaleza nació dotada de una hermosura extraordinaria. No hay otra explicación, ya que sus padres eran toscos y mal parecidos. La llamaban Guanilén debido a la gran admiración que demostraba por las estrellas. Cuando se sentaba a contemplar el cielo estrellado, el tiempo no transcurría para ella.

Cierto día que se encontraba en el bosque, cuando las estrellas estaban de fiesta, inesperadamente volvió a la realidad; alguien respiraba a su lado, era un hombre diminuto, quien la miraba embelesado. La joven, al verlo se quedó perpleja, muda de impresión. Seguramente el hombrecito poseía un gran poder mental, ya que la dominó de tal manera que pudo conducirla hasta la caverna en que vivía, sin que ella opusiera la menor resistencia. Posteriormente, ejerció tanto poder sobre ella que la hizo olvidar a sus padres y se quedó a vivir con él. A su debido tiempo, Guanilén tuvo un hijo y desde ese momento buscó la manera de volver a su terruño. En cierta ocasión, aprovechando que el enano estaba ausente, tomó a su hijo y escapó. Cuando el enano se dio cuenta de la fuga, corría la playa y al ver que la hermosa Guanilén huía con su hijo en un bote, se lanzó al mar, ahogándose. Desde entonces, el mar, cuyas aguas habían sido siempre tranquilas, se enfureció. Y así continúa aún, revoltoso y traicionero.

 

Por: A. G. R.