viernes, 28 de febrero de 2020

La leyenda del Calafate.

Lugar:  Punta Arenas.



Muchísimos años antes de que los blancos llegaran a romper la paz y el encanto de esta maravillosa tierra de pampas, montañas, glaciares, fiordos, canales y bosques milenarios, habitaban aquí dos grupos de personas vigorosas y apuestas: los tehuelches y los onas.

El jefe tehuelche tenía una hermosa hija, Calafate, orgullo y dicha de su padre. Poseía ojos grandes y hermosos, de un extraño color dorado, y era toda bella como el amanecer. Un día acertó a llegar al lugar o aiken de Calafate un joven ona que había cumplido la edad del kloketen o había pasado ya la iniciación, ceremonia de consagración de los onas en su mayoría de edad. Era alto y apuesto, e iba vestido con un bello quillango o manta de pieles cosidas con tripas, y de piel de guanaco. El joven ona y Calafate se enamoraron, aun sabiendo que sus tribus no aceptarían esta unión.

Pero como su amor era más fuerte que todo, decidieron huir y vivir solos y felices en el wigwan, choza hecha de piel de guanaco que harían en Onaisin, actualmente 102 kilómetros de Porvenir. Pero alguien descubrió los planes de los enamorados y los denunció al viejo jefe tehuelche. Este supuso que el Gualirhe, deidad maligna de los tehuelches, había embrujado a Calafate instándola a huir con un ancestral enemigo de su tribu.


Encolerizado, el jefe llamó a la chaman de su tribu y le ordenó frustrar la huida de la pareja, hechizando a Calafate. Habría de convertirla en algo extraño, hermoso e inalcanzable, pero permitiendo al mismo tiempo que sus bellos ojos siguieran contemplando el aiken que la vió nacer.

La chaman caviló y caviló. Miró en torno suyo como buscando inspiración a nombre de Calafate. Fue así como la chaman embrujó a la bella joven y !a convirtió en arbusto. Y cada primavera el Calafate se cubre de flores de oro, que son los ojos de la niña tehuelche, que contempla la tierra bella y salvaje donde conoció a su amado. El joven ona jamás pudo encontrar a Calafate, pese a buscarla por todos los rincones de la región. Al sentirse para siempre aislado de su amada, murió de pena. 

Entretanto la chaman, pesarosa del mal que había hecho a los amantes, hizo que las flores del calafate, al caer, se convirtieran en un duke fruto protector de semillas: es el corazón de la bella tehuelche. Todos los que comen de este fruto caen bajo el embrujo de Calafate, como ocurrió con su amante ona, y aunque vivan en otros lugares el hechizo continúa, y son atraídos por un extraño magnetismo al aiken que hoy se llama Punta Arenas.




Recopilación de: Alejandro Glade R.




lunes, 10 de febrero de 2020

Las mulas de oro



Lugar: Colchagua.

Venia bajando por el Paso de las Damas que está situado en el límite con la Argentina, junto con la tarde, un arriero y su tropilla. Las primeras nieblas del otoño indicaban el fin de la época de laboreo en el mineral de Las Choicas. El hombre satisfecho contaba y recontaba, mentalmente, el dinero ganado que le permitiría pasar un buen invierno en su casita de Puente Negro, con su mujer y sus hijos.

Delante del arriero, las mulas como si comprendieran que después de esa jornada, las esperaba la holganza en el verde potrero, trotaban por la estrecha huella.

De pronto, cuando la caravana llegaba a la mitad de la cuesta, de la entraña de la sierra afloró una voz disolviendo el petrificado silencio cordillerano:-Detente, hombre, que con tus mulas te vas llevando para otros el tesoro de mis entrañas. Sea bueno y honrado. Quiero darte la felicidad, la riqueza y el poder. Tus tres primeros deseos serán de inmediato satisfechos. Pide lo que desees... Pero, piensa bien antes de hacerlo… y la voz que era la del genio de la montaña se apagó.

El arriero, sin titubear, dijo: Quiero que mis mulas Sean de oro!

Un resplandor de día iluminó la soledad. Detenida de súbito la caravana, quedó como petrificada. De su brillante cabalgadura, loco de alegría, se desmontó el hombre; uno a uno fue palpando a sus animales. De purísimo metal, la tropilla parecía incendiar la sierra.

Como en una cinta cinematográfica, tumultuosamente, pasaron por la imaginación del montañés todos los halagos que da la riqueza.

Estaba el hombre embelesado contemplando sus riquezas, cuando del cercano volcán Tinguiririca llegó el rumor del trueno, presagiando la tempestad. Se encapotó el cielo y el puelche aullaba por el cajón del río. Gruesos goterones de lluvia empaparon, sin refrescar, el afiebrado rostro del arriero.

Junto con el agua vino la nieve. El hombre inmovilizado a media cuesta del Paso de Las Damas, se iba hundiendo en la angustia. Su metálica tropilla iluminaba la noche y atraía el rayo.

Con la misma rapidez con que a su alma se asomara el entusiasmo a1 verse dueño de riquezas no soñadas, llegó a su corazón, con paso de lobo, el desaliento…

Inconscientemente pensó: i Prefiero ver las bestias muertas, que de oro!
Volvió la noche negra. Como heridas por una mano invisible se derrumbaban las mulitas sobre la huella…

 Desesperado, el hombre lanzó una imprecación para que callara el viento:

- Ojalá pudiéramos seguir, tal como veníamos antes que me hablara ese hijo de la tentación.

 Cual si nada hubiera ocurrido, por las resbaladizas laderas del cerro siguió descendiendo la tropilla, hasta perderse entre los arbustos de la cañada.




Recopilación de: Alejandro Glade R.






jueves, 6 de febrero de 2020

El embrujo del río Tutuven.



Lugar: Provincia del Maule.

Hace muchos años, un grupo de indios que al parecer venían de muy al norte, del país que era llamado de los Incas, llegó a orillas del río Maule y allí sostuvo una enconada lucha con el indómito aborigen.

Los mapuches fueron de esta manera despojados del terruño que les pertenecía.
Después de sucesivos encuentros, los invasores siguen buscando senderos, hasta penetrar un poco más al sur.

El extranjero, fatigado y sediento por la refriega y la caminata se abalanza a beber agua del río hasta saciarse. Así, uno a uno fueron quedándose dormidos acaso hechizados por el efecto mágico de aquellas rumorosas aguas. Al amanecer del día siguiente, mientras el sol despuntaba en el oriente, son despertados por el embrujo de hermosos cantos y danzas de exóticos ritmos. Lo que sus ojos ven los deja extasiados: danzarinas bajadas por el rayo del sol, su pelo, que llega hasta la cintura, es dócil y sedoso, sus ojos semejan rubíes, y sus labios carnosos, el rojo purpura del copihue.

Fue así como estos valerosos hombres, que habían conquistado la parte norte y central del país, caen bajo los encantos naturales de la mujer maulina. Y estos orgullosos y aguerridos incas, que sólo se emocionaban al fragor de la lucha, fueron cautivados por las indias cauques, hasta tal punto que se quedan definitivamente a su lado, olvidando su interés de conquista.

Desde entonces, todo hombre que llega a estas tierras y pasa frente al extraordinario río Tutuven siente el imán irresistible de sus aguas, y al beberla cae preso del mismo embrujo de que fue objeto el hombre de muy al norte, vale decir, se enamora de una mujer de la región y pasa a ser un hijo más de esta embrujada tierra maulina.




Recopilación de: Alejandro Glade R.