Lugar: Colchagua.
Venia bajando por el Paso de las
Damas que está situado en el límite con la Argentina, junto con la tarde, un
arriero y su tropilla. Las primeras nieblas del otoño indicaban el fin de la época
de laboreo en el mineral de Las Choicas. El hombre satisfecho contaba y
recontaba, mentalmente, el dinero ganado que le permitiría pasar un buen
invierno en su casita de Puente Negro, con su mujer y sus hijos.
Delante del arriero, las mulas
como si comprendieran que después de esa jornada, las esperaba la holganza en
el verde potrero, trotaban por la estrecha huella.
De pronto, cuando la caravana
llegaba a la mitad de la cuesta, de la entraña de la sierra afloró una voz
disolviendo el petrificado silencio cordillerano:-Detente, hombre, que con tus
mulas te vas llevando para otros el tesoro de mis entrañas. Sea bueno y
honrado. Quiero darte la felicidad, la riqueza y el poder. Tus tres primeros
deseos serán de inmediato satisfechos. Pide lo que desees... Pero, piensa bien
antes de hacerlo… y la voz que era la del genio de la montaña se apagó.
El arriero, sin titubear, dijo:
Quiero que mis mulas Sean de oro!
Un resplandor de día iluminó la
soledad. Detenida de súbito la caravana, quedó como petrificada. De su brillante
cabalgadura, loco de alegría, se desmontó el hombre; uno a uno fue palpando a
sus animales. De purísimo metal, la tropilla parecía incendiar la sierra.
Como en una cinta cinematográfica,
tumultuosamente, pasaron por la imaginación del montañés todos los halagos que
da la riqueza.
Estaba el hombre embelesado
contemplando sus riquezas, cuando del cercano volcán Tinguiririca llegó el
rumor del trueno, presagiando la tempestad. Se encapotó el cielo y el puelche
aullaba por el cajón del río. Gruesos goterones de lluvia empaparon, sin
refrescar, el afiebrado rostro del arriero.
Junto con el agua vino la nieve.
El hombre inmovilizado a media cuesta del Paso de Las Damas, se iba hundiendo
en la angustia. Su metálica tropilla iluminaba la noche y atraía el rayo.
Con la misma rapidez con que a su
alma se asomara el entusiasmo a1 verse dueño de riquezas no soñadas, llegó a su
corazón, con paso de lobo, el desaliento…
Inconscientemente pensó: i Prefiero
ver las bestias muertas, que de oro!
Volvió la noche negra. Como heridas
por una mano invisible se derrumbaban las mulitas sobre la huella…
Desesperado, el hombre lanzó una imprecación para
que callara el viento:
- Ojalá pudiéramos seguir, tal
como veníamos antes que me hablara ese hijo de la tentación.
Cual si nada hubiera ocurrido, por las
resbaladizas laderas del cerro siguió descendiendo la tropilla, hasta perderse
entre los arbustos de la cañada.
Recopilación de: Alejandro Glade
R.
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