lunes, 10 de febrero de 2020

Las mulas de oro



Lugar: Colchagua.

Venia bajando por el Paso de las Damas que está situado en el límite con la Argentina, junto con la tarde, un arriero y su tropilla. Las primeras nieblas del otoño indicaban el fin de la época de laboreo en el mineral de Las Choicas. El hombre satisfecho contaba y recontaba, mentalmente, el dinero ganado que le permitiría pasar un buen invierno en su casita de Puente Negro, con su mujer y sus hijos.

Delante del arriero, las mulas como si comprendieran que después de esa jornada, las esperaba la holganza en el verde potrero, trotaban por la estrecha huella.

De pronto, cuando la caravana llegaba a la mitad de la cuesta, de la entraña de la sierra afloró una voz disolviendo el petrificado silencio cordillerano:-Detente, hombre, que con tus mulas te vas llevando para otros el tesoro de mis entrañas. Sea bueno y honrado. Quiero darte la felicidad, la riqueza y el poder. Tus tres primeros deseos serán de inmediato satisfechos. Pide lo que desees... Pero, piensa bien antes de hacerlo… y la voz que era la del genio de la montaña se apagó.

El arriero, sin titubear, dijo: Quiero que mis mulas Sean de oro!

Un resplandor de día iluminó la soledad. Detenida de súbito la caravana, quedó como petrificada. De su brillante cabalgadura, loco de alegría, se desmontó el hombre; uno a uno fue palpando a sus animales. De purísimo metal, la tropilla parecía incendiar la sierra.

Como en una cinta cinematográfica, tumultuosamente, pasaron por la imaginación del montañés todos los halagos que da la riqueza.

Estaba el hombre embelesado contemplando sus riquezas, cuando del cercano volcán Tinguiririca llegó el rumor del trueno, presagiando la tempestad. Se encapotó el cielo y el puelche aullaba por el cajón del río. Gruesos goterones de lluvia empaparon, sin refrescar, el afiebrado rostro del arriero.

Junto con el agua vino la nieve. El hombre inmovilizado a media cuesta del Paso de Las Damas, se iba hundiendo en la angustia. Su metálica tropilla iluminaba la noche y atraía el rayo.

Con la misma rapidez con que a su alma se asomara el entusiasmo a1 verse dueño de riquezas no soñadas, llegó a su corazón, con paso de lobo, el desaliento…

Inconscientemente pensó: i Prefiero ver las bestias muertas, que de oro!
Volvió la noche negra. Como heridas por una mano invisible se derrumbaban las mulitas sobre la huella…

 Desesperado, el hombre lanzó una imprecación para que callara el viento:

- Ojalá pudiéramos seguir, tal como veníamos antes que me hablara ese hijo de la tentación.

 Cual si nada hubiera ocurrido, por las resbaladizas laderas del cerro siguió descendiendo la tropilla, hasta perderse entre los arbustos de la cañada.




Recopilación de: Alejandro Glade R.






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