Recopilación por: Alejandro Glade R.
Lugar ValdiviaEn la
desembocadura del río Queule, o sea en la barra, había en la ribera sur un
pequeño cerro, cuyo propietario era un hombre viudo. Vivía en una casa de campo
preciosa, en compañía solamente de su hija única, que era muy linda. Dani era
su nombre; tenía unos cabellos negros y largos que peinaba graciosamente, sus
ojos eran dos almendras coronadas por arcos de azabache, que embrujaban y oscurecían
sus parpados, pero que aclaraban su lindo rostro color mate.
Entre ella y
un pescador del lugar, muchacho alegre y simpático, existía un gran amor. Dani
esperaba todas las tardes que volviesen los botes del mar, contemplando hacia
el horizonte, donde parece juntarse este y el cielo, alargándosele más aún sus
bellos ojos, impacientes y decidores, que escudriñaban la silueta lejana de su
amor.
Cuando
Andrés, que así se llamaba el pescador, salía al mar, pasaba frente al cerrito,
donde en lo alto, emergía entre los arboles la casita blanca de su amada; esta,
detrás de una ventana, se despedía de él, moviendo sus manos y dirigiéndole
muchos besos.
Un día, el
joven no entró al mar. Fue entonces cuando en el poblado de Queule había una
fiesta y mucha gente de campo y pescadores vestidos con camisa blanca y
corbata. ¡Era un matrimonio! Andrés contraía matrimonio.
La desilusión
de Dani fue tan inmensa, que su pobre padre, al verla llorar día y noche, fue
consumiéndose hasta morir. Dani sobrevivió algunas semanas más, pero el dolor y
su pena fueron apoderándose tanto de ella, que una tarde en que miraba como
siempre igual hacia el mar, donde se junta con el cielo, ¡cayó al suelo para
siempre! Había muerto. Tenía entre sus manos un pañuelo azul que le había regalado
Andrés. La casa está desde entonces sola. Sus muros de color verde pasto se
mimetizan con los viejos arboles abandonados. Las flores tan lindas que
adornaban el jardín están ya secas, murieron junto con su reina, a las cuales
ella les hablaba de Andrés. Eran las ilusiones, suspiros, pensamientos y
nomeolvides.
Desde
entonces, ya Andrés no pudo entrar al mar. ¡Muchas veces se dirigió a este,
paro al llegar frente al cerrito, se levantaba un temporal tan grande que le
impedía pasar la barra del río con el mar! ¡Esto lo intentó muchas veces, pero
no pudo, jamás, volver al mar.
Por: A. G. R.
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