jueves, 24 de septiembre de 2015

La carreta del diablo.

Lugar: Zona Central, Santiago, El Cajón del Maipo.


Esta historia cuenta que un huaso elegante, vestido de negro, solía pasearse en su llamativa carreta por los poblados del Cajón, Camino al Volcán. Según los que lo han visto, dicen que;  “Los caballos de color negro azabache que tiran la carreta apestan, como su conductor, que huele a putrefacción y azufre, de ojos rojos como la sangre y de aliento de muerte”. Cada vez que se sentía el ruido del galopar de los caballos golpeando contra la endurecida tierra y el rechinar de las ruedas de madera en medio de la noche quieta, todos sabían, que el diablo había venido a buscar almas o a presagiar alguna muerte.

También el relincho de los caballos delataba la presencia del Diablo, se escuchaban relinchos aterradores, como los gritos de miles de almas encerradas sufriendo por su martirio en lo hondo del infierno. Cuando la carreta se detenía frente a la propiedad de algún poblador, todos adivinaban, y desgraciadamente nunca se equivocaban, allí moriría alguno de sus moradores. En ese tiempo, un hombre ya olvidado, dueño de una pequeña parcela en el pueblito de Melocotón, hizo pacto con el Diablo, durante una fría y silenciosa noche…

 Esperó a la carreta y encaró al Diablo en persona. Alguien del lugar lo vio esa noche, mirando escondido tras unos matorrales frondosos, y corrió el rumor que hoy hace realidad esta historia.

La noche estaba fría, oscura y silenciosa no andaba ni un alma. Ya todos dormían. Una mujer vecina, que quizás en qué pecaminosos pasos andaba esa noche, sintió el sonido de cascos de caballos y el rechinar de maderas.  Dio vuelta su cabeza, y una suave brisa trajo hasta sus narices un olor a azufre.  Cesó el ruido,  y se produjo un gran silencio, y, ocultándose detrás de unos matorrales, vio la silueta de una carreta que se detenía, y enseguida escuchó un  infernal relincho y luego el pausado respirar del Diablo. Sintió miedo, como si su alma fuera atraída por ese  mal, y el pecado. 

Sentado bajo un árbol seco y deshojado, había un hombre, la mujer lo miró y su cuerpo temblaba, y se dio cuenta de que su alma se le escapaba por las narices y que sus huesos se astillaban. 

Horrorizada, miró hacia el cielo, y entonces se identificó con la luna. Bajó la vista y vio al Diablo ofreciendo al  hombre un trato al cual el hombre debía  firmar con su sangre, su próximo destino de multimillonario y buena salud. El hombre aceptó, mientras su vecina pensaba que valía más un alma pobre y llena de vida que un potentado sin felicidad ni alma propia...

Al otro día este hombre ya no era el mismo, adquirió riquezas, muchas tierras, prestigio,  fama, reputación y popularidad, pasó el tiempo y este hizo que el hombre olvidara el convenio con el Diablo.

Pero lo que está escrito y firmado con sangre se cumple. Pasaron los años y el hombre envejeció, treinta años después llegó la noche en que,  el Diablo se presentaría para llevarse a su nueva presa. Esa noche, el hombre, ya con mala memoria, se sintió atraído por la fría oscuridad y por el silencio,  y salió en su lujoso carruaje tirado por caballos fina sangre por las desiertas calles. El destino se cumplió: en esa ocasión el hombre desapareció. Se cuenta que tiempo después, en lo que hoy se conoce como el sector de El Toyo, una mañana heladísima apareció el carruaje del hombre, solamente con su chupalla. Se le buscó por casi todo el valle del Maipo, pero nunca, jamás apareció. Nunca más se le volvió a ver.





A.G.R.

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