Por: Alejandro Glade
Zona de: Valparaíso.
A principios de 1770 salió de
Cádiz con 300 tripulantes y pasajeros el velero Oriflama. Pertenecía a la firma
naviera Ustáriz. La nave venia hacia América al mando del capitán José Antonio
Alzaga y del piloto Manuel de Buenechea. Desde que entró al Pacífico hincharon
las velas de la nave vientos que presagiaban terrible tragedia. Una epidemia
misteriosa y el hambre diezmaron la tripulación y pasajeros.
Al atardecer del 23 de junio de
1770, el Oriflama fue avistado en las cercanías de Valparaíso por el velero
Gallardo. Comandaba este último barco el capitán Juan Esteban Ezpeleta. Esta
nave también era de matrícula de Cádiz.
El capitán Ezpeleta era amigo
íntimo del capitán Alzaga. Al divisar al Oriflama, ordenó disparar un cañonazo
de saludo. Sin embargo, el Oriflama no dio señales de vida y siguió
silenciosamente su marcha. Esto provocó natural extrañeza en la tripulación del
Gallardo. Su capitán ordenó entonces darle alcance. Vino la noche y con ella
una calma que impidió alcanzar al barco silencioso.
El día 24 y a una distancia de
dos leguas, el Gallardo arrió un bote. Este se acercó al Oriflama, donde
reinaba un silencio impresionante. Cuando los hombres del Gallardo abordaron el
extraño navío presenciaron un cuadro macabro. De los 300 tripulantes y pasajeros,
sólo quedaban con vida 106. Todos moribundos. Sólo 30 podían sostenerse en pie.
Pero debilitados en grado sumo, eran incapaces de articular la menor palabra ni
de hacer las más leves maniobras. Esta era la razón del silencio y de que la
nave llevara sólo una de las velas izadas y ninguna luz indicadora. El día
antes un marinero del Oriflama había tratado de subirse a un palo para encender
una luz. La debilidad lo había arrojado al mar, al no poder sujetarse.
Regresó el bote del Gallardo para
explicar su asombroso descubrimiento y buscar auxilio. El capitán Ezpeleta
ordenó bajar cuatro botes con 40 hombres para ayudar a las víctimas del
Oriflama.
Pero en los instantes en que se cumplía
esta orden, se desencadenó una tormenta violentísima que separó a ambas naves. Sobrevino
la tarde y se puso el sol. Llegó la noche. Y mientras desesperaba el Gallardo
por la imposibilidad de socorrer a la tripulación del Oriflama, sucedió lo increíble
e impresionante: vieron que izaba con gran rapidez sus velas. Encendía todas
sus luces, las de los mástiles, incluso la del tope del palo mayor. Y se
alejaba velozmente.
Recopilación por: Alejandro Glade
R.
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