Lugar: Provincia de Llanquihue.
Volcán Osorno |
La Morada del Pillán
Cuando el hombre blanco todavía
no llegaba a estas tierras, en la zona del lago Llanquihue vivían varias tribus
de indígenas que se dedicaban más a pasarlo bien que al trabajo.
Un genio maléfico, el Pillán,
había repartido a sus ayudantes entre esos indígenas para hacer toda clase de
males a los indios. A muchos los volvía locos, suministrándoles infusiones de
latué ( o palo de los brujos, medicina mapuche, significa mortífero), yerba que
produce el efecto de perturbar la razón de quienes beben su jugo; a otros los deformaba, desfigurándoles la cara o los miembros.
Flor de Latué |
Durante las noches esos lugares
presentaban un aspecto verdaderamente pavoroso. Grandes llamaradas que salían
de los cráteres iluminaban el cielo con resplandores de fuego. Las montañas
vecinas parecían arder y las inmensas quebradas que circundaban al Osorno y al
Calbuco aparecían como bocas del mismo infierno.
Cuando los pobres indios, inspirados por los genios
buenos, se entregaban al trabajo y labraban la tierra, el gran Pillán hacía
estallar el volcán y hacía temblar la tierra: días y semanas enteras llovía
fuego y ceniza que destruían en pocas horas lo que los indios habían labrado en
varios años de trabajo.
El Pillán odiaba el trabajo y la
virtud, y por eso se enfurecía cuando los indios abandonaban sus vicios y se
entregaban a trabajar sus tierras.
Antiguamente decían que para
vencer al Pillán había que arrojar al cráter del volcán Osorno una hoja de
canelo, y que entonces comenzaría a caer desde el cielo tanta nieve, que
terminaría por cerrar el cráter, dejando prisionero en su interior al Pillán.
Pero los indios no podían llegar al cráter, ya que los torrentes de lava
impedían su acceso.
Un día, en que los indios
desesperados estaban celebrando un gran machitún, se acercó a ellos un indio
viejo, nadie supo quién era ni de dónde provenía, y que pidiendo permiso para
hablar les dijo: "Para llegar al cráter es necesario que sacrifiquen a la
virgen más hermosa de la tribu. Deben arrancarle el corazón y colocarlo en la
punta del cerro Pichi Juan, (más allá de Río Pescado), tapado con una rama de
canelo. Veréis entonces que un pájaro vendrá desde el cielo, se comerá el
corazón y después, elevando el vuelo, llevará la rama de canelo y la dejará
caer en el cráter del Osorno. Pero para que esto se cumpla y perdure, debéis
hacer la promesa formal de ser buenos, trabajadores y virtuosos, pues si algún
día vuelven al vicio, la nieve se derretirá y el Pillán volverá a arrojar fuego
y cenizas sobre ustedes, sobre sus casas y sobre sus tierras y cosechas. Sean
buenos y triunfarán. Así habló el viejo indio y luego desapareció, tan
misteriosamente como había llegado, sin que nadie se diera cuenta de ello.
El cacique hizo entonces
averiguaciones para establecer cuál de las vírgenes de su tribu era la más
virtuosa.
En una reunión de indios, los más ancianos de
la tribu, se resolvió que la más apropiada para el sacrificio, era Licarayén,
la hija menor del cacique, hermosa joven que unía a su extraordinaria belleza
un alma más blanca que los pétalos de la quilineja. Temblando llevó el mismo
cacique la noticia del próximo sacrificio a su hija.
Cuando la hija vio a su padre acongojado, le
dijo, no llores. Muero contenta sabiendo que mi muerte
ha de aliviar las
amarguras y dolores de toda nuestra valerosa tribu. Sólo pido un favor: que
para matarme no uséis vuestras hachas ni vuestras lanzas. Quiero que me maten
con sus perfumes, las flores que han
sido el único encanto de mi vida, y que sea el toqui Quiltrapique quien me
prepare el lecho mortal y quien me arranque el corazón.
Así se hizo.
Al día siguiente, cuando el sol
empezaba a aparecer por encima de la cordillera y los pajaritos a trinar su
canto matinal, un gran cortejo acompañó a Licarayén hasta el fondo de una
quebrada, donde el toqui tenía preparado un lecho con las más perfumadas flores
que había encontrado en los prados y bosques. Llegó Licarayén y, sin queja ni
protesta alguna, se tendió sobre aquel lecho de flores que había de transportar
su alma a la eternidad.
Los jóvenes indios, silenciosos y
apenados, se sentaron alrededor de aquel catafalco florido y lloraron por su
ídola que moría.
El toqui, inmóvil, con los ojos llorosos
clavados en la bella hija que poco a poco iba palideciendo, parecía una estatua
de la resignación.
Cuando la tarde tendió su manto gris sobre la
llanura y enmudeció el último pajarillo,
la virgen exhaló un último suspiro. Se adelantó el toqui más pálido
que la misma muerte, se arrodilló a su lado y
con mano temblorosa rasgó su
pecho, arrancó el corazón y, siempre con paso vacilante, fue a depositarlo en
las manos del cacique. Volvió después el toqui a donde se encontraba la virgen
y sin proferir queja alguna, se atravesó el pecho con su lanza.
¡La muerte juntó a esas dos almas
que la vida mantuvo separadas!
El más fornido de los hombres el fue encargado de llevar el corazón y la rama
de canelo a la cima del cerro Pichi Juan, que eleva su cono agudo donde termina
el llano. Toda la tribu quedó en el valle esperando la realización del milagro.
Y he aquí que, apenas el hombre indio hubo colocado el corazón y la rama de
canelo en la parte más alta del Pichi Juan, apareció en el cielo un enorme
cóndor que, bajando en raudo vuelo, se llevó y engulló de un bocado el corazón para luego agarrar la rama de canelo
y emprender el vuelo hacia el cráter del Osorno, que en esos momentos arrojaba
enormes llamaradas de fuego. El cóndor dio tres vueltas en espiral, por la
cumbre del volcán y en una súbita bajada dejó caer dentro del cráter la sagrada
rama.
En el mismo momento aparecieron
en el cielo negras nubes y empezó a caer sobre los volcanes una lluvia de
plumillas de nieve que con las rojas llamaradas
del cráter parecía lluvia de oro.
Cóndor llevándose el corazón |
Así se formaron los lagos Llanquihue, Todos
los Santos y Chapo.
Por más esfuerzos que hizo el Pillán, no pudo
librarse de quedar prisionero dentro del Osorno, de donde ahora no puede salir
para volver a hacer sus malas andanzas; pero no por eso deja de estar
trabajando por recobrar su libertad el día en que los habitantes del lago
abandonen sus quehaceres para entregarse a los vicios.
Hay que tener presente lo que
dijo el viejo indio: Para que esto perdure deben ser los hombres buenos y
virtuosos, pues si vuelven a entregarse en brazos de los vicios, la nieve se
derretirá y el Pillán volverá a arrojar fuego y cenizas destruyendo todo.
Cuando los indios volvieron al día siguiente
al lugar en que se había consumado el sublime sacrificio de la púdica virgen y
del toqui, vieron con asombro que las flores que habían servido de lecho mortal
a Licarayén, habían echado raíces y que sus ramas, entrelazándose, formaban el
más hermoso palacio que mente alguna pudo jamás imaginar y vieron también que
en las maravillosas salas floridas vivían felices y contentos la virgen y el
toqui que el día anterior habían sacrificado sus vidas para salvar a su tribu.
Este palacio de helechos y flores
existe en el fondo de la Quebrada del Diablo, cerca de Puerto Varas. Muchos
son los que han bajado a admirar su maravillosa belleza, pero sólo unos
pocos han podido ver el palacio, porque éste es sólo visible para quienes no
tienen una sola mancha en su conciencia y saben sentir los íntimos encantos de
la naturaleza.
Recopilación de Alejandro Glade
R.
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