martes, 7 de julio de 2015

La morada del Pillán

Lugar: Provincia de Llanquihue.

Volcán Osorno
La Morada del Pillán

Cuando el hombre blanco todavía no llegaba a estas tierras, en la zona del lago Llanquihue vivían varias tribus de indígenas que se dedicaban más a pasarlo bien que al trabajo. 

Un genio maléfico, el Pillán, había repartido a sus ayudantes entre esos indígenas para hacer toda clase de males a los indios. A muchos los volvía locos, suministrándoles infusiones de latué ( o palo de los brujos, medicina mapuche, significa mortífero), yerba que produce el efecto de perturbar la razón de quienes beben su jugo; a otros los deformaba, desfigurándoles la cara o los miembros.

Flor de Latué
En fin. el Pillán y sus machis imperaban en todo sobre los pobres indios, que medio aturdidos por sus vicios y el alcohol, no atinaban a darse cuenta de su triste situación.

Durante las noches esos lugares presentaban un aspecto verdaderamente pavoroso. Grandes llamaradas que salían de los cráteres iluminaban el cielo con resplandores de fuego. Las montañas vecinas parecían arder y las inmensas quebradas que circundaban al Osorno y al Calbuco aparecían como bocas del mismo infierno.

Cuando los pobres indios, inspirados por los genios buenos, se entregaban al trabajo y labraban la tierra, el gran Pillán hacía estallar el volcán y hacía temblar la tierra: días y semanas enteras llovía fuego y ceniza que destruían en pocas horas lo que los indios habían labrado en varios años de trabajo.

El Pillán odiaba el trabajo y la virtud, y por eso se enfurecía cuando los indios abandonaban sus vicios y se entregaban a trabajar sus tierras.

Antiguamente decían que para vencer al Pillán había que arrojar al cráter del volcán Osorno una hoja de canelo, y que entonces comenzaría a caer desde el cielo tanta nieve, que terminaría por cerrar el cráter, dejando prisionero en su interior al Pillán. Pero los indios no podían llegar al cráter, ya que los torrentes de lava impedían su acceso.

Un día, en que los indios desesperados estaban celebrando un gran machitún, se acercó a ellos un indio viejo, nadie supo quién era ni de dónde provenía, y que pidiendo permiso para hablar les dijo: "Para llegar al cráter es necesario que sacrifiquen a la virgen más hermosa de la tribu. Deben arrancarle el corazón y colocarlo en la punta del cerro Pichi Juan, (más allá de Río Pescado), tapado con una rama de canelo. Veréis entonces que un pájaro vendrá desde el cielo, se comerá el corazón y después, elevando el vuelo, llevará la rama de canelo y la dejará caer en el cráter del Osorno. Pero para que esto se cumpla y perdure, debéis hacer la promesa formal de ser buenos, trabajadores y virtuosos, pues si algún día vuelven al vicio, la nieve se derretirá y el Pillán volverá a arrojar fuego y cenizas sobre ustedes, sobre sus casas y sobre sus tierras y cosechas. Sean buenos y triunfarán. Así habló el viejo indio y luego desapareció, tan misteriosamente como había llegado, sin que nadie se diera cuenta de ello.

El cacique hizo entonces averiguaciones para establecer cuál de las vírgenes de su tribu era la más virtuosa.

 En una reunión de indios, los más ancianos de la tribu, se resolvió que la más apropiada para el sacrificio, era Licarayén, la hija menor del cacique, hermosa joven que unía a su extraordinaria belleza un alma más blanca que los pétalos de la quilineja. Temblando llevó el mismo cacique la noticia del próximo sacrificio a su hija.

 Cuando la hija vio a su padre acongojado, le dijo, no llores. Muero contenta sabiendo que mi muerte
ha de aliviar las amarguras y dolores de toda nuestra valerosa tribu. Sólo pido un favor: que para matarme no uséis vuestras hachas ni vuestras lanzas. Quiero que me maten con sus perfumes,  las flores que han sido el único encanto de mi vida, y que sea el toqui Quiltrapique quien me prepare el lecho mortal y quien me arranque el corazón.

 Así se hizo.

Al día siguiente, cuando el sol empezaba a aparecer por encima de la cordillera y los pajaritos a trinar su canto matinal, un gran cortejo acompañó a Licarayén hasta el fondo de una quebrada, donde el toqui tenía preparado un lecho con las más perfumadas flores que había encontrado en los prados y bosques. Llegó Licarayén y, sin queja ni protesta alguna, se tendió sobre aquel lecho de flores que había de transportar su alma a la eternidad.

Los jóvenes indios, silenciosos y apenados, se sentaron alrededor de aquel catafalco florido y lloraron por su ídola que moría.

 El toqui, inmóvil, con los ojos llorosos clavados en la bella hija que poco a poco iba palideciendo, parecía una estatua de la resignación.

 Cuando la tarde tendió su manto gris sobre la llanura y enmudeció el  último pajarillo, la virgen exhaló un último suspiro. Se adelantó el toqui más  pálido  que la misma  muerte, se  arrodilló a su lado  y  con  mano temblorosa rasgó su pecho, arrancó el corazón y, siempre con paso vacilante, fue a depositarlo en las manos del cacique. Volvió después el toqui a donde se encontraba la virgen y sin proferir queja alguna, se atravesó el pecho con su lanza.

¡La muerte juntó a esas dos almas que la vida mantuvo separadas!

El más fornido de los hombres el  fue encargado de llevar el corazón y la rama de canelo a la cima del cerro Pichi Juan, que eleva su cono agudo donde termina el llano. Toda la tribu quedó en el valle esperando la realización del milagro. Y he aquí que, apenas el hombre indio hubo colocado el corazón y la rama de canelo en la parte más alta del Pichi Juan, apareció en el cielo un enorme cóndor que, bajando en raudo vuelo, se llevó y engulló de un bocado el  corazón para luego agarrar la rama de canelo y emprender el vuelo hacia el cráter del Osorno, que en esos momentos arrojaba enormes llamaradas de fuego. El cóndor dio tres vueltas en espiral, por la cumbre del volcán y en una súbita bajada dejó caer dentro del cráter la sagrada rama.

En el mismo momento aparecieron en el cielo negras nubes y empezó a caer sobre los volcanes una lluvia de plumillas de nieve que con las rojas  llamaradas del cráter parecía lluvia de oro.

Cóndor llevándose el corazón
 Y cayó nieve; días, semanas y años enteros. Fue una verdadera lucha entre el fuego que subía del infierno y la nieve que caía del cielo. La nieve derretida corría formando impetuosos torrentes por las faldas del Osorno y del Calbuco y corriendo se despeñaba en los inmensos barrancos que servían de defensa a la morada del Pillán, hasta que llenando las hondonadas profundas, las aguas quedaron al nivel de las tierras cultivadas.

 Así se formaron los lagos Llanquihue, Todos los Santos y Chapo.

 Por más esfuerzos que hizo el Pillán, no pudo librarse de quedar prisionero dentro del Osorno, de donde ahora no puede salir para volver a hacer sus malas andanzas; pero no por eso deja de estar trabajando por recobrar su libertad el día en que los habitantes del lago abandonen sus quehaceres para entregarse a los vicios.

Hay que tener presente lo que dijo el viejo indio: Para que esto perdure deben ser los hombres buenos y virtuosos, pues si vuelven a entregarse en brazos de los vicios, la nieve se derretirá y el Pillán volverá a arrojar fuego y cenizas destruyendo todo.

 Cuando los indios volvieron al día siguiente al lugar en que se había consumado el sublime sacrificio de la púdica virgen y del toqui, vieron con asombro que las flores que habían servido de lecho mortal a Licarayén, habían echado raíces y que sus ramas, entrelazándose, formaban el más hermoso palacio que mente alguna pudo jamás imaginar y vieron también que en las maravillosas salas floridas vivían felices y contentos la virgen y el toqui que el día anterior habían sacrificado sus vidas para salvar a su tribu.

Este palacio de helechos y flores existe en el fondo de la Quebrada del Diablo, cerca de Puerto Varas.  Muchos   son los que han bajado a admirar su maravillosa belleza, pero sólo unos pocos han podido ver el palacio, porque éste es sólo visible para quienes no tienen una sola mancha en su conciencia y saben sentir los íntimos encantos de la naturaleza.


Recopilación de Alejandro Glade R.

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